Lo confieso: soy de los que, cuando escucha «la tienes en Netflix», pone cara de vinagre. No lo puedo evitar. Me sale solo.
Será la edad, será la guerra fría que tengo montada con las plataformas, o será que estoy enganchado al olor del plástico recién desprecintado. Pero sí, soy de esos locos que aún defiende el formato físico como si fuera el último bastión de la civilización.
Porque lo que nadie parece querer decir en voz alta es que el streaming es cómodo… pero tramposo.
Sí, en las plataformas tienes la peli en tres segundos, vale… pero luego pasa lo de siempre: el WiFi decide irse de vacaciones justo en la mejor escena, los negros parecen grises, los colores no son fieles y, encima, te meten cuatro anuncios si no pagas el plan platino deluxe turbo.
¿Y el sonido? Pues como escuchar un tiroteo a través de una lata de fabada. Nada que ver con el zambombazo limpio y bien bestia que te suelta un buen disco Blu-ray (o 4K).
Y ahora vendrá alguien a decirme: «¿Pero tú no tienes Netflix?»
– Sí.
«¿Y Prime Video?»
– También.
«¿Y Filmin?»
– ¿Sabes algo más de mi vida, agente del KGB?
Claro que tengo plataformas. No vivo en una cueva. Pero una cosa es tenerlas para echar un vistazo rápido o para que mi hija vea series, y otra muy distinta es renunciar al ritual.
Porque eso es lo que defiendo yo: el ritual. Elegir qué ver. Ir a la estantería. Sacar el disco. Mirarlo como si fueras Indiana Jones con una reliquia. Ponerlo. Ver los menús. Disfrutar los extras. Que sí, que luego igual no los ves, pero ahí están, como el perejil en el plato.
Pero a veces caigo…
Y aquí viene la parte de la confesión.
Porque sí, a veces me puede la pereza. O estoy cenando y no quiero levantarme. O simplemente, no sé qué me pasa, pero termino dándole al «play» en Netflix para ver una peli que tengo en Blu-ray a cinco metros.
Y me siento mal.
Como si estuviera engañando a alguien. Me falta solo mirar a la estantería y pedirle perdón. «Hoy no te he elegido a ti. Perdóname. No volverá a pasar.»
Spoiler: volverá a pasar.
Pero incluso con esas traiciones esporádicas, sigo creyendo en el formato físico.
Porque esto es mío de verdad, joder. El disco está en mi estantería, no flotando en una nube que mañana puede evaporarse si a Warner le da un siroco con las licencias.
¿Bitrate? Mejor. ¿Sonido? Brutal. ¿Carátula? Un arte.
Y no olvidemos esa sensación casi primitiva de poseer algo físico, de abrir la caja, oler el papel y decir: «Esta joyita no me la borra ni Rita» (salvo que sea un disco de «emon», que entonces sí que hay papeletas de que se borre).
Y eso, amigo, no tiene precio.
Así que sí, lo reconozco. A veces veo pelis en streaming. Pero lo hago con culpa, con remordimiento, como si estuviera comiendo una hamburguesa después del gimnasio.
Porque para mí, el cine se ve en disco. Y si no, no cuenta. ¿Estás conmigo?
Eres un grande. Cómo he disfrutado del texto y qué gran razón con ‘lo tramposo’ que es el streaming.