Los pecadores (2025) – Cine de autor disfrazado de serie B
Ryan Coogler regresa a la dirección con una de las películas más potentes y transgresoras del año: Los pecadores (Sinners). Un western vampírico cargado de estilo, sexualidad, violencia y una atmósfera visual y sonora apabullante.
Lo primero que hay que advertir: si puedes, busca una buena sala. Coogler ha rodado la película en IMAX con Ultra Panavision en 70 mm, y solo en una proyección de calidad vas a percibir su verdadera dimensión visual.
Esta es una película que mezcla sin miedo géneros y referentes: desde el fantástico violento de John Carpenter y Robert Rodríguez, hasta el cine musical y el western clásico.
Su tono es abiertamente pulp, pero el acabado técnico es de lujo. No es casualidad que Christopher Nolan asesorase al director para que apostase por este formato de gran escala.
El resultado es una experiencia cinematográfica desbordante que pide pantalla grande a gritos.

Una historia de vampiros, blues y lucha racial
Ambientada en la América de los años 30, en plena era Jim Crow, «Sinners» nos presenta a los hermanos Smokestack (interpretados por Michael B. Jordan, por partida doble, y el debutante Miles Caton) que montan un club de blues en Luisiana.
La llegada de unos vampiros irlandeses encabezados por un brutal Jack O’Connell desata una lucha violenta, metafórica y musical entre dos comunidades históricamente marginadas: afroamericanos e inmigrantes europeos.
Coogler construye una película rica en capas: es un film de terror con sangre y colmillos, sí, pero también una obra sobre el racismo, el poder liberador de la música y el deseo sexual como motor narrativo.
En un momento en el que el cine mainstream parece haber perdido la sensualidad, «Sinners» se atreve a recuperar ese lado erótico, visceral y excesivo.
El director no renuncia a su mirada autoral. Como ya hiciera en anteriores trabajos, la cuestión racial vuelve a ser central. Aquí lo hace desde una óptica más simbólica, pero igual de potente, siguiendo la estela de Jordan Peele o Spike Lee.
La música, además, tiene un papel protagónico: hay momentos en los que literalmente el sonido abre portales narrativos al pasado, al presente y al terror.
El reparto está brillante: Jordan, Caton y Hailee Steinfeld destacan en un reparto lleno de carisma. Steinfeld, en particular, aporta una intensidad sorprendente que rompe con la narrativa cuando aparece en pantalla.
Y atención también a los duelos musicales entre vampiros y humanos, que Coogler filma como si fueran combates de magia oscura a través del blues y la música celta.
En definitiva, Los pecadores no es solo una gran película de género.
Es también un acto de resistencia creativa frente al cine de franquicia. Coogler firma aquí su obra más personal y desatada.
Y lo mejor: parece que ha vuelto para quedarse.
