Ya he visto Avatar: Fuego y Ceniza y voy a empezar por lo obvio: esto es un espectáculo de los gordos.
De esos que solo funcionan de verdad en cine, en pantalla gigante, con el sonido retumbando y, si puede ser, en 3D bien hecho. James Cameron sigue siendo un puto ingeniero del cine espectáculo, y eso no se lo puede discutir nadie.
Visualmente, la película es una locura.
Colores, criaturas, escenarios, fuego, cenizas, selva, agua (sí, otra vez agua)… Todo está tan cuidado que da rabia. Hay planos que parecen diseñados para que te quedes con la boca abierta y pienses: «vale, esto no lo hace cualquiera».
Cameron sigue sabiendo cómo colocar la cámara, cómo mover a los personajes en medio del caos y cómo rodar acción sin que sea un batiburrillo incomprensible.
Ahora bien… el problema no es lo que cuenta, sino que ya lo hemos visto antes.

Lo mismo (otra vez), pero más grande
La sensación constante durante «Fuego y Ceniza» es la de estar viendo una versión ampliada de lo anterior.
Nuevos clanes, nuevas tribus, nuevos paisajes… pero la estructura es prácticamente la misma: llegamos a un sitio nuevo, conocemos a sus habitantes, hay conflicto, los humanos vuelven a liarla y todo acaba en un clímax gigantesco.
Funciona, sí.
¿Sorprende? No tanto.
Cameron vuelve a insistir en la idea de descubrimiento, de choque cultural y de familia, y lo hace con oficio. Los personajes tienen sus arcos, especialmente algunos secundarios que ganan peso, pero también se nota que la saga empieza a caminar en círculos.
Da la sensación de que Pandora es enorme, pero el guion cada vez se mueve por zonas más conocidas.
Personajes que molan… y otros que lo arreglan todo
Hay cosas que funcionan muy bien.
El conflicto interno de ciertos personajes está bien llevado, y la relación entre humanos y na’vi sigue siendo uno de los puntos más interesantes. Cuando la película se centra en bases humanas, tecnología y marines, la cosa gana bastante enteros y recuerda al Cameron más guerrero y físico.
Eso sí, hay algún personaje que parece tener un comodín infinito: cuando todo se complica demasiado, ¡zas!, solución rápida y a otra cosa.
No arruina la película, pero sí le quita algo de tensión real.
Técnica impecable, emoción irregular
A nivel técnico es difícil (o imposible) ponerle pegas.
Los efectos visuales son top, la fotografía es espectacular y la acción está narrada con una claridad que ya quisieran muchas superproducciones actuales. Nunca te pierdes, siempre sabes quién está dónde y qué está pasando, incluso en las escenas más caóticas.
La música cumple, acompaña bien, pero no hay ese tema inolvidable que se te quede tatuado en la cabeza. Funciona, pero no emociona tanto como debería para una película de este calibre.
El mayor problema: no cerrar
Y aquí viene lo que más chirría.
Fuego y Ceniza parece una película que podría cerrar muchas cosas, pero decide no hacerlo. Ni se lanza a un final valiente ni deja un «gancho» realmente potente. Se queda en tierra de nadie, como diciendo: «tranquilo, que ya te lo contaré en la siguiente».
Y claro… cuando llevas ya varias películas así, empieza a notarse el desgaste. La sensación de saga estirada, de historia que avanza a base de pequeños empujones, está muy presente.
Te recuerdo que el plan es hacer 5 películas (ya quedan menos…)
Valoración personal
Lo tengo claro: he disfrutado mucho (muchísimo) viéndola, porque Cameron sigue siendo un maestro del espectáculo y porque esto en el cine entra solo.
Pero también salí con la sensación de que Pandora ya no sorprende como antes. Es más grande, más ruidosa, más espectacular… pero no necesariamente más fresca.
Avatar: Fuego y Ceniza es un gran evento cinematográfico, sí, pero también una película que confirma que la saga necesita arriesgar de verdad o empezar a cerrar etapas. Porque si seguimos así, el problema no será Pandora… será que el chicle ya no da para más.


















