Hay un fenómeno que todo coleccionista de cine conoce demasiado bien.
Ese momento de euforia al conseguir, por fin, la edición definitiva de esa película que tanto te gusta. La colocas en la estantería, haces la foto para subirla al grupo de Telegram, te sientes realizado… y, de repente, BOOM: la distribuidora anuncia una nueva edición más completa, con mejor máster, funda, postales y libreto.
Y ahí estás tú, mirando tu copia recién estrenada con cara de «¿por qué a mí?».
Porque sí, en el coleccionismo físico hay un enemigo silencioso que siempre acecha: la reedición inesperada.
A veces pasan años, otras apenas meses, pero da igual. Siempre llega el momento en el que tu edición deja de ser «definitiva».
El ejemplo clásico: compraste el steelbook limitado de esa película de culto.
Costó un riñón, te llegó con una esquina abollada (porque así es la vida del coleccionista), y al poco tiempo anuncian una reedición en 4K, con slipcover, nuevo transfer y extras inéditos.
Y ahí estás tú, sudando frío frente a la pantalla, repitiéndote mentalmente el mantra de los débiles: «No la necesito. No la necesito. No la necesito.»
Pero sí la necesitas.
Y tú, que te juraste no caer otra vez… ya estás buscando espacio en la estantería y calculando cuánto podrías sacar por la antigua en Wallapop.
Lo peor no es el dinero, sino la sensación de traición emocional.
Es como si hubieras declarado amor eterno a una edición, y la distribuidora te recordara que siempre hay una más guapa, más completa, con mejor imagen y nuevos extras.
Pero, seamos sinceros: en el fondo nos encanta. Nos quejamos, renegamos, pero ahí estamos otra vez, haciendo clic en «añadir al carrito».
Al final, coleccionar es eso: una mezcla de ilusión, autoengaño y felicidad momentánea en formato físico. Y lo peor (o lo mejor) es que lo sabes.
Porque cuando salga la próxima reedición, ahí estarás otra vez, tarjeta en mano, jurando que ahora sí, esta es la definitiva.