Rafael Cobos se lanza por fin a dirigir, y lo hace con Golpes, una película que huele a asfalto caliente, sudor y redención.
Después de firmar guiones de lujo como «La isla mínima» o «El hombre de las mil caras», el sevillano debuta detrás de la cámara con una historia de esas que te agarran por el cuello desde el primer plano y no te sueltan.
Y, sinceramente, ¡vaya estreno!
La peli nos lleva de nuevo a esa Sevilla ochentera que Cobos conoce al dedillo: una ciudad calurosa, corrupta, con ese tono entre la tragedia y el barro. Allí nos presenta a Migueli (Jesús Carroza), un exconvicto que sale de la cárcel con más heridas que ganas de empezar de cero. Enseguida se junta con su antigua banda y vuelve al lío, esta vez a espaldas de su hermano Sabino (Luis Tosar), que ahora es policía.
Vamos, el conflicto está servido: dos hermanos, dos caminos, un pasado que no termina de morir.



Lo que mola de Golpes es que no es el típico thriller de manual.
Cobos lo mezcla todo: el noir andaluz de «La isla mínima», la suciedad emocional del cine quinqui y un toque casi poético, como si las cicatrices de sus personajes fueran las del propio país. Y encima lo envuelve todo con una banda sonora brutal de Bronquio, llena de sintetizadores, que le da un ritmo eléctrico y moderno, sin perder ese aire ochentero.
Luis Tosar está inmenso, como siempre.
Tiene esa presencia que llena la pantalla incluso cuando no dice una palabra. Y Jesús Carroza, ojo, porque aquí está espectacular: contenido, dolido, muy real. La química entre los dos funciona tan bien que casi duele verlos enfrentados.
A nivel personal, salí del cine con la sensación de haber visto un debut potente, valiente y con identidad. Cobos no juega a ser otro director; filma con la misma fuerza con la que escribe: directa, sin adornos, pero con alma.
Y aunque en algún tramo el ritmo se acelera más de la cuenta (hay escenas que piden respirar un poco), Golpes te deja con el cuerpo en tensión y la cabeza dándole vueltas.
En definitiva, estamos ante una ópera prima que suena a golpe seco y deja marca. Un thriller de barrio con corazón, con pasado y con futuro.
Si este es el punto de partida de Cobos como director, que se prepare el cine español, porque vienen curvas.

















