La noche está marchándose ya Hes una de esas películas que nacen pequeñas pero te dejan un eco enorme.
Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini firman una película llena de alma, de esas que parecen filmadas con más corazón que presupuesto.
La historia gira en torno a Pelu, un treintañero que trabaja como proyeccionista en un cineclub municipal de Córdoba y que, cuando le ofrecen convertirse en sereno nocturno, acaba directamente viviendo allí. Sí, en el cine. Literalmente.
Entre rollos de película, butacas vacías y carteles descoloridos, Pelu convierte ese espacio en algo más que su hogar: en su refugio emocional.
A su alrededor empieza a formar una pequeña comunidad nocturna (de gente que vive en la calle) y Vale, una excompañera que usa la sala para grabar vídeos para su canal erótico. Son personajes que sobreviven como pueden, compartiendo techo, sueños y una misma sensación de precariedad que no es solo económica, sino también moral y cultural.



La cinta es puro cine de resistencia. Filmada en un precioso blanco y negro, La noche está marchándose ya rinde homenaje a ese amor por el séptimo arte que todavía se mantiene vivo incluso cuando todo lo demás se desmorona.
Pelu no solo cuida el proyector: cuida el alma del cine, y de quienes lo habitan. Hay ecos del Jarmusch más melancólico, del neorrealismo italiano y del espíritu combativo que tantos creadores argentinos han sabido transmitir sin alzar la voz.
Y, ojo, que entre tanto simbolismo hay también mucha humanidad. Salinas y Sonzini consiguen que los personajes respiren verdad en cada gesto, sin artificios ni sobreactuaciones. Se nota que conocen ese entorno, que lo aman y que les duele. Cuando el film se atreve a hablar de crisis, de pobreza o de cultura amenazada, lo hace sin panfleto ni sermón, con una sinceridad desarmante.
Personalmente, me ha parecido una de esas películas que te reconcilian un poco con el cine. Con ese cine que no busca likes ni trending topics, sino emocionar desde lo más básico: una historia bien contada, personajes reales y una cámara que observa más que impone.
La noche está marchándose ya es, en el fondo, una carta de amor a las salas, a los que viven de ellas y a los que seguimos creyendo que todavía hay magia cuando se apagan las luces.

















