A veces en los festivales aparece una peli pequeña, sin grandes nombres ni presupuesto, que te pilla por sorpresa y te sorprende.
Lionel, de Carlos Saiz, es justo eso: una de esas joyas que te atrapan sin necesidad de fuegos artificiales. Estrenada mundialmente en esta 70ª Seminci, esta road movie entre Murcia y Marsella se mueve entre la ficción y la realidad, y lo hace con una honestidad que desarma.
La historia parte de algo tan sencillo como potente: un padre (Lionel) ausente durante años emprende junto con su hijo (También llamado Lionel) un viaje para reencontrarse con su hija, Alicia.
Pero lo que parece un recorrido físico pronto se convierte en un viaje emocional. Lo más curioso (y lo que le da todo su encanto) es que los tres protagonistas se interpretan a sí mismos: Lionel (padre), su hijo Lionel y Alicia.



No son actores profesionales, y eso se nota… pero en el mejor sentido posible. Su naturalidad es total, sus gestos son auténticos y sus conversaciones, aunque improvisadas en muchas ocasiones, suenan verdaderas.
Y es que gran parte del film está construido sobre improvisaciones.
No hay un guion cerrado, sino una especie de flujo emocional que se va desarrollando mientras viajan. Esa sensación de estar viendo algo que realmente ocurrió (porque, de hecho, el viaje quje recrean en la película fue real) es lo que engancha al espectador desde el minuto uno.
No hay poses ni dramatizaciones: lo que ves son personas reales enfrentándose a sentimientos reales.
Visualmente, Lionel también tiene su propio pulso. Saiz apuesta por primeros planos muy cerrados, centrándose en los ojos y rostros de los protagonistas.
Esos encuadres te meten de lleno en su intimidad, como si viajaras con ellos en el coche, compartiendo silencios, risas incómodas y confesiones tardías. Es un retrato tan personal que por momentos sientes que no deberías estar mirando, pero no puedes apartar la vista.
La banda sonora, con ecos de los trabajos de Saiz como director de videoclips, refuerza ese tono melancólico y cotidiano, muy de carretera y paisajes interiores.
A nivel personal, Lionel me pareció una experiencia más que una película. No pretende emocionar, pero lo consigue. No busca grandes frases, pero te deja pensando mucho tiempo después.
Es una obra sincera, imperfecta y profundamente humana, de esas que te reconcilian con el cine como espacio para mirar la vida sin filtros.
En definitiva, Lionel es un viaje de verdad, de los que no caben en el GPS. Una «docu-ficción» que se siente como una conversación a corazón abierto entre un padre y sus hijos, con el cine como testigo. Y eso, en estos tiempos de artificio, es casi un milagro.

















