Vale, vamos al lío.
Tron: Ares es esa secuela que nadie tenía en su lista de «pelis que me muero por ver», pero que al final acabas viendo por pura curiosidad, como quien abre la nevera a ver si hay algo nuevo.
Y mira, algo hay: neones, música brutal y Jared Leto intentando parecer interesante.
La peli forma parte de esa saga ¿de culto? que empezó en los 80 con la mítica Tron, la que parecía una flipada total de programadores metiéndose dentro del ordenador.
Aquello fue pionero en CGI, una locura para la época, y aunque envejeció regular, tenía encanto, alma artesanal y un concepto que te hacía soñar con que el ordenador tenía vida propia.

Luego llegó Tron: Legacy en 2010, con un guion que se olvidó todo el mundo pero con una banda sonora de Daft Punk que seguimos escuchando a día de hoy.
Y ahora tenemos Tron: Ares, que viene a ser lo mismo pero con más pasta, más luces rojas y un tono aún más videoclipero.
La dirige Joachim Rønning, el de «Piratas del Caribe: La venganza de Salazar» o «Maléfica: Maestra del mal». O sea, un tipo que sabe mover la cámara, pero que no le pidas mucha personalidad.
Se nota que esto es una peli de productor: hecha con plantilla, sin demasiada alma, pero eso sí, con el brillo suficiente para mantenerte mirando la pantalla.
Lo mejor, sin duda, es el musicote.
Es una banda sonora que te mete en el rollo digital, industrial, de discoteca futurista. Si ves la peli sin pensar demasiado, solo dejándote llevar por las luces y el sonido, te lo pasas bien. Pero si intentas seguir la historia… mal asunto.
El argumento es mínimo, un reciclaje de las mismas ideas de siempre: el alma de las máquinas, la IA tomando conciencia, el cruce entre lo digital y lo humano. Todo suena muy profundo, pero aquí se queda en la superficie.
A nivel visual, eso sí, la cosa luce.
Las estelas de luz roja son espectaculares, los paisajes digitales son un gustazo, y tiene ese punto «estética de videojuego» que entra fácil. Greta Lee (la de «Vidas pasadas») sorprende verla aquí, metida en un mundo tan frío y sintético, pero cumple. Y Jared Leto… bueno, sigue en su línea: misterioso, raro, y un pelín insoportable.
Lo peor: cuando el guion se pone gracioso. Hay un par de chistes que te dejan frío, y no porque sean sutiles precisamente. Y es que cuando la peli empieza a ponerse seria y medio épica, de repente te sueltan un chascarrillo sobre Depeche Mode o algo así y te saca del momento.
En resumen: Tron: Ares es una experiencia más visual que emocional. Un espectáculo de luces y sonido que se disfruta mejor si te olvidas del guion y te dejas llevar por la música. No pasará a la historia del cine de ciencia ficción, pero al menos no aburre. Es como una buena sesión de electrónica: no sabes muy bien qué te están contando, pero el viaje se siente bien.


















