Fin de fiesta, la ópera prima de Elena Manrique, se presenta en la 69 edición de la Seminci como un drama claustrofóbico que combina el retrato social con un toque de gótico andaluz, creando una atmósfera sofocante y absorbente.
La trama arranca cuando Carmina, una mujer perteneciente a la clase alta, descubre que Bilal, un inmigrante sin papeles, se ha escondido en su casa para huir de la policía. Lo que comienza como un acto aparentemente generoso por parte de Carmina al decidir ocultarlo, se va transformando en algo mucho más oscuro y perturbador.
Elena Manrique, una de las productoras más influyentes del cine español, da el salto a la dirección con una propuesta que no teme tratar los temas del racismo y el privilegio, diseccionando la relación de poder que surge entre los protagonistas.
Carmina representa una figura compleja: una variante del señorito andaluz que se siente con el poder de decidir sobre la vida de Bilal, mientras que su supuesta generosidad pronto se revela como un medio para afirmar su control. Este retrato psicológico de Carmina, con sus contradicciones y ambigüedades, es uno de los aspectos más destacados de la película.
El escenario único de la casa refuerza el sentimiento de claustrofobia que permea toda la película, subrayando la tensión que se acumula a medida que los personajes interactúan en un espacio cerrado y cargado de significados. La puesta en escena es minimalista pero efectiva, dando espacio para que los diálogos y las miradas revelen las verdaderas intenciones de los personajes.
Sonia Barba, en su primer gran papel en pantalla, ofrece una interpretación notable, dándole a Carmina una complejidad emocional que la convierte en un personaje a la vez reconocible y fascinante. Su actuación destaca por cómo logra equilibrar la aparente fragilidad de Carmina con una dureza interna que va emergiendo a lo largo del relato. Bilal, aunque menos desarrollado, sirve como un espejo para los dilemas morales y las contradicciones de su anfitriona.
Fin de fiesta no solo se preocupa por exponer la hipocresía de la solidaridad de clase, sino también por cómo el racismo puede disfrazarse de caridad. La película, que tuvo su estreno mundial en el Festival de Toronto, se siente como una de las historias más perspicaces y agudas del cine español reciente, abordando cuestiones difíciles con una sutileza que no cae en el sermón, sino que permite al espectador reflexionar sobre sus propios prejuicios.
Con una narración íntima pero universal, Elena Manrique demuestra en su debut como directora una gran habilidad para construir tensión emocional y moral, haciendo de Fin de fiesta un drama psicológico profundo y, en muchos aspectos, perturbador.