Judith Colell ha vuelto a demostrar en la 70ª Seminci que sigue teniendo mucho que decir.
Con Frontera, la directora catalana se atreve con un thriller de época ambientado en los Pirineos de 1943, y lo hace con una mezcla muy suya de emoción, tensión y conciencia histórica. Es de esas pelis que, sin gritar, te ponen un nudo en el estómago.
La historia nos sitúa en plena dictadura franquista, cuando el régimen bloquea el paso de los refugiados que intentan huir del nazismo cruzando la frontera.
En ese contexto, Miki Esparbé interpreta a Manel Grau, un funcionario de aduanas con pasado republicano, y Bruna Cusí es Juliana, su vecina, una mujer que tampoco se resigna a mirar hacia otro lado. Junto a Jerôme (Kevin Janssens), un pasador francés, se juegan la vida para ayudar a quienes huyen del horror.



Lo interesante es cómo Colell combina el suspense con el trasfondo político y humano.
No es solo una historia de espías o de contrabandistas de conciencia: es una peli que habla de miedo, valentía y de esas cicatrices que nunca terminan de cerrarse. Y lo hace con una atmósfera que atrapa desde el minuto uno, gracias a la estupenda fotografía, que consigue que casi sientas el frío de la montaña y el peso del silencio.
Miki Esparbé y Bruna Cusí están magníficos, transmitiendo más con miradas que con palabras, y María Rodríguez Soto aporta una vulnerabilidad brutal en su papel de esposa marcada por la guerra.
A nivel personal, salí de la proyección con la sensación de haber visto una película honesta y necesaria, de esas que no solo cuentan una historia, sino que te obligan a mirar atrás y pensar.
Frontera no busca grandes artificios, pero emociona, tensiona y recuerda que, incluso en los tiempos más oscuros, siempre hay quien decide hacer lo correcto.
En definitiva, un estreno mundial a la altura del escenario: cine con memoria, emoción y un pulso narrativo sólido que confirma a Colell como una de las voces más firmes del cine español actual.

















