En la sección oficial de la 69º edición de la Seminci pudimos ver Misericordia, donde el cineasta Alain Guiraudie nos devuelve a la atmósfera misteriosa y sugerente de la Occitania rural, cuando el regreso de Jérémie (interpretado por Félix Kysyl) para asistir al funeral de su antiguo jefe se convierte en un punto de partida para una serie de situaciones llenas de tensión y sospecha.
La presencia del joven en la casa de la viuda Martine (la siempre destacada Catherine Frot) despierta recelos en el hijo del fallecido, mientras que la posterior desaparición de éste, incrementa el ambiente de misterio en el pueblo.
Misericordia destaca por su capacidad para transformar un escenario cotidiano en una suerte de laberinto moral, donde las sospechas y los secretos del pasado se enredan entre sí. La película, con su tono de thriller rural, emplea de manera efectiva los paisajes silvestres y los espacios cerrados del entorno para crear una sensación de claustrofobia en medio de una aparente tranquilidad.
El director recurre a un muy bien llevado humor irónico, dejando claro que en su visión, la misericordia es menos una cuestión de valores morales y más una cuestión de deseo y pulsiones humanas. Esta ambigüedad, lejos de diluir la tensión, la fortalece, haciendo que cada gesto y cada mirada entre los personajes sea una pista más en este complejo juego psicológico.
Guiraudie logra crear una obra que, además de recordar al cine negro de provincias, carga con una provocación sutil que desafía las expectativas del espectador. Misericordia explora la frágil línea entre lo ético y lo apasionado, en una historia de encuentros y desencuentros donde cada personaje parece guiado por sus propias razones ocultas.
Presentada en la sección Première del Festival de Cannes, esta nueva película de Guiraudie es una invitación a adentrarse en un relato donde el misterio y el deseo se entrelazan en una danza inquietante, marcada por la fuerza de sus personajes y la profundidad de sus emociones ocultas.