Vale, lo primero: si pensabas que Isabel Coixet ya lo había dicho todo sobre el amor, la pérdida y las segundas oportunidades, prepárate.
Tres adioses no inventa la pólvora, pero te deja con ese nudo en la garganta tan suyo, el que mezcla tristeza, ternura y una especie de reconciliación con la vida.
La película, que abrió la 70ª Seminci, adapta la novela póstuma de Michela Murgia, y lo hace con ese sello marca de la casa de Coixet: silencios que dicen más que mil palabras, planos que parecen abrazos, y una sensibilidad que pocos directores se atreven a mantener sin caer en la cursilería.
Aquí seguimos a Marta y Antonio (interpretados por Alba Rohrwacher y Elio Germano), una pareja que se rompe por algo aparentemente sin importancia… hasta que la vida les da un golpe bajo. Marta descubre que está enferma y, en lugar de hundirse, decide reconectar con todo aquello que la hacía sentirse viva.



No hay fuegos artificiales ni giros imposibles: solo emociones honestas, cotidianas y dolorosamente humanas.
Coixet, que ya es una habitual del festival de cine de Valladolid, se mueve cómoda en su terreno: la intimidad, las pequeñas conversaciones, los gestos.
Hay algo en su cine que te hace sentir que estás espiando algo real, y eso es un mérito enorme. Visualmente, la peli es preciosa —esa Roma que parece soñada, con luz melancólica y una textura casi táctil— y la banda sonora acompaña sin empalagar.
Personalmente, salí con esa sensación de haber visto una historia sencilla pero necesaria.
Una peli que no necesita gritar para emocionar. Coixet nos recuerda que despedirse tres veces (según sus propias palabras; de su pareja, de su apaetito y de su vida) puede ser también una forma de seguir viviendo.
En definitiva, Tres adioses es puro Coixet: delicada, melancólica y profundamente humana. Una apertura de festival que te deja tocado… y con ganas de llamar a alguien que hace tiempo no ves.

















